A
principio de este mes de julio tuvo lugar la Trobada Nacional de Bastoners de
Catalunya, certamen que anualmente reúne a la mayor parte de grupos de ball de
bastons catalanes en Prats de Lluçanès. El evento obtuvo el privilegio que esta
vez TV3, televisión de Cataluña, le dedicara nada menos que minuto y medio (ahí
es nada!) en uno de los informativos de máxima audiencia. Las expectativas
creadas por tan magno favor concedido por la televisión más vista del país se
fueron al traste con las explicaciones de la locutora: el ball de bastons es
una danza ancestral; tiene el origen del las antiguas ceremonias agrarias ya
que el hecho de golpear [los palos] despertaba a la tierra; existe
documentación escrita sobre estas danzas que se remonta al siglo XII (con el
oportuno refrendo del dato ante la cámara por parte de la inevitable experta
del lugar, revestida de la autoridad que da citar al sempiterno Joan Amades);
la danza más antigua que actualmente se danza en Cataluña.
Una
auténtica pena que no aparecieran por ahí Coribantes, Curetas, Salios, algún
celta despistado seguido de otro íbero papando moscas al lado de un godo,
primo-hermano del visigodo que regentaba la taberna donde Recesvinto tomaba sus
vinos entre lazo y lazo. Todo ello añadido a la imperdonable omisión del más
que evidente origen guerrero por mímesis con un enfrentamiento entre dos
bandos.
Extrapolando
dichos tópicos a cualquier otro lado de la península o del mundo estoy
convencido que el lector habrá sido capaz de aplicarlo a cualquier paloteo de
su localidad u otra más o menos cercana y será asimismo capaz de perdonarme la
socarronería pero, como dice un amigo mío, a día de hoy el periodista gana más
entreteniendo que informando. Pero disparar contra el periodista y matar al
mensajero sería, entre muchas otras cosas, injusto. En efecto, el pobre habrá tenido
que recurrir a nuestra amadísima Wikipedia y comprobar cómo se citan nombres
con el lustre de Marius Schneider o Josep Crivillé como avaladores de tesis
propiciatorias y filoneolíticas. Y, claro está, ante tamaña autoridad quién
puede resistirse ante tan jugoso posibilismo? Nadie, la verdad, y todos hemos
sucumbido a ellas en un momento u otro, en mayor o menor grado, y las hemos dado
por buenas contribuyendo a aumentar el mito.
Y es
que las coincidencias entre lo que (hipotéticamente) hubo y lo que hay son
ciertamente llamativas. No voy a negar, por ejemplo, que tales danzas pueden
sugerir un enfrentamiento entre bandos por aquello del entrechoque de los
palos, más aún si las danzas que tomamos como punto primigenio (pírricas y
otras hierbas) servían para la iniciación al combate. Pero hay dos cosas que no
cuadran. En primer lugar, no he sabido leer por ningún lado que en ninguna de
las tan helénicas danzas se usaran palos. En segundo lugar, si se trata de una
simulación de combate ¿cómo puede ser que no haya ningún ganador ni ningún
perdedor aunque sea a nivel simbólico? Porque, si se simula una lucha, debe de
haber un vencedor y un vencido al igual que en tantas representaciones mímicas
presentes en otras danzas tradicionales, verdad?
Desde
luego la duda desaparece y el conocimiento aparece deslumbrante ante nosotros
cuando se nos muestra con el argumento que con tantos años de evolución es
normal que lo que antes era de un modo ahora se muestre diferente y haya
quedado en una metáfora que hay que saber descifrar. Ante la rotundidad del
argumento a uno sólo le queda bajar la cabeza y aceptar que resulta arte de
encantamiento que no hubiera sido así, por mucho que hubieran pasado cerca de
mil quinientos años entre estas mitológicas danzas y las primeras noticias
escritas en nuestras tierras, allá a finales del Renacimiento.[1] Y
entre unas y otras el silencio. Sin noticias de danzas de palos.
Por
otro lado, cuando vemos algo para lo cual no encontramos explicación
rápidamente lo etiquetamos como “supervivencia” de un pasado remoto, casi
mitológico. Prueba de ello sería la suposición de que golpear los palos contra
el suelo no es otra cosa que excitar a la tierra para conjurar su fecundidad.
Esta carga simbólica se hace ineludible (si es que esto era así en algún pasado
remoto) y supera la posibilidad que al igual que sucede aún en nuestros días en
varias zonas de Cataluña, los danzantes lleven a cabo lazos especiales en
momentos muy concretos de acatamiento a la divinidad o a la autoridad en que se
golpea al suelo con los palos (las denominadas “pavanas”) y, lógicamente, los
danzantes tengan que agacharse para ello.
Otro
bocado apetecible para las “supervivencias” es el de la indumentaria. Podríamos
perdernos en un mar de suposiciones que pudieran explicar sayas, enaguas y
prendas femeniles vestidas por mozos; sombreros con flores y espectaculares
tocados; perneras con cascabeles o campanillas. Sin ir más lejos, Tomàs y
Amades vieron en su celebérrimo “Diccionari de la dansa” tras ello la
supervivencia de formas de vestir que “parecen delatar una procedencia griega”,[2] como
si entre la Grecia clásica y la indumentaria de los pastores helenos de los
años treinta del siglo pasado no hubieran mediado más de dos mil años,
innumerables invasiones e intercambios culturales que hubieran hecho cambiar el
gusto por una u otra prenda de vestir. Por cierto, lo mismo puede decirse de
nuestros parajes.
Toda
la problemática apuntada brevísimamente hasta ahora se resume en dos palabras,
a saber: difusión y continuidad. La primera tendría que explicarnos cómo es
posible la existencia de tales danzas en lugares tan distantes entre sí y que,
a la vez, sean tan semejantes. Se trata, pues, de un término que nos permite
movernos en coordenadas espaciales. El otro, continuidad, tendría que
explicarnos la aparición de danzas, a priori, similares en momentos distantes.
Es la que nos permite movernos en coordenadas temporales.
Ambos
términos, usados con moderación y conocimiento, pueden llegar a ser muy útiles
para explicarnos varios, o muchos, de los fenómenos que observamos a diario en
nuestras danzas de palos. El primero de ellos, por ejemplo, puede dar razón de
por qué en una determinada zona geográfica coinciden repertorios musicales,
tipos de indumentaria o analogías coreográficas. Pongamos un caso concreto: que
en Cataluña, hoy en día, no quede más que un único ball de bastons (el de
Tarragona capital) que cuente con un botarga entre sus filas o que el lazo
“Señor mío Jesucristo” predomine especialmente por tierras castellanas y casi
no se conozca en Aragón. Pero de ahí a creer, pongamos por caso, que tanto los
paloteos castellanos, los pauliteiros mirandeses, las makil dantzas vascas o
las danzas Morris inglesas son, al fin y al cabo, lo mismo sólo que con
variantes de matiz hay un trecho inaceptable.
Lo
mismo sucede con la
continuidad. Podemos fácilmente aceptar que el binomio flauta
y tambor fuera el conjunto preferido para acompañar estas danzas, y muchas
otras, entre los siglos XVI y XIX en gran parte de Europa[1] pero
ello no nos puede llevar a deducir que se trate del sucesor natural de los
antiguos aulos ni que la presencia de perneras con cascabeles en la inmensa
mayoría de balls de bastons catalanes signifique que siempre se haya utilizado
dicho elemento sonoro y en todas partes (recordemos que en el resto de
Península la mayoría de formaciones no los llevan).
En
definitiva, no nos vale aquello de ver un cisne blanco en el parque al lado de
casa y deducir que todos los cisnes son blancos. Tampoco nos sirve verlos en
grandes cantidades durante todo el trayecto que separa nuestro domicilio con
sus áreas de nidificación en Noruega: sigue habiendo cisnes negros aunque nosotros
no lo sepamos. Y, menos aún, deducir que, en realidad, originariamente eran
negros y ahora están destiñendo porque, hasta ayer, todos los del parque eran
blancos y hoy ha aparecido uno negro (que seguramente ha escapado de la
embajada de Australia, de donde son originarios).
Àngel Vallverdú
[1] Conjunto instrumental que se vería relegado a un
segundo plano en buena parte de la Península por aerófonos del tipo dulzaina.
[1] Por cierto, junto con Daniel Vilarrúbias y Pau Plana
hemos elaborado un artículo que esperamos ver publicado muy pronto donde se
plantean muy serias dudas sobre el documento que, supuestamente, sería la
primera noticia escrita sobre un ball de bastons catalán allá por el siglo XII
y que glosó en su momento Joan Amades.
[2] La traducción es mía.